El lenguaje de arquitectura sostenible: Bioconstrucción

La tendencia hacia la sostenibilidad, el respeto medioambiental y un modo de vida más saludable ha dado lugar a una serie de términos en el ámbito de la arquitectura, la construcción y el interiorismo con el prefijo bio o eco. En este artículo nos centramos en la bioconstrucción.  

“Con el nombre de bioconstrucción, traducido del término alemán Baubiologie –de donde surgió la forma más estructurada de este tipo de construcción en los años 70–, se entiende una forma de construir que tenga en cuenta las necesidades holísticas de las personas apoyándose en tres cuestiones fundamentales: salud, impacto ambiental y responsabilidad social”, explica la arquitecta Sofía Iglesias.

Pablo Monzó, ingeniero especializado en bioconstrucción, añade que se trata de un tipo de arquitectura en la que se emplean materiales naturales como paja, barro, madera y cáñamo, “pero con una mentalidad diferente a la hora de elegirlos, con una industrialización mínima, y una apuesta por soluciones constructivas enfocadas a la sostenibilidad del conjunto, el planeta, el individuo y su hábitat”, explica. “En cualquier caso, yo soy más partidario del concepto de construcción sostenible, ya que su enfoque abarca tanto la elección de materiales como el diseño y las soluciones constructivas, pasando por los procesos de fabricación y producción”.

“Las casas actuales contienen a menudo elementos nocivos para la salud. Los podemos encontrar, por ejemplo, en las pinturas y los barnices derivados del petróleo, que emiten elementos volátiles tóxicos como xileno, cetonas, tolueno, etc. Además, también se encuentran en materiales como el PVC, aislamientos altamente tóxicos como la lana de roca, sobre todo en su fabricación y en su combustión”, explica Ander Echebarría, para añadir que “una construcción sana debe comportarse como un ser vivo: ha de transpirar, no acumular gases tóxicos ni radiaciones naturales y artificiales, ni tampoco realizar emisiones tóxicas”.

De hecho, son bastantes los puntos destinados a responder a estas necesidades que encontramos entre las “25 reglas de la bioconstrucción que en su momento editó el Instituto de Baubiologie de Neubeuern y que –según cuenta Iglesias– son un claro manifiesto”. El empleo de materiales inodoros o de olor agradable que no emitan sustancias tóxicas se sitúa a la cabeza de esta relación, con aspectos como la buena calidad del aire ambiental gracias a una frecuente renovación o la reducción de la presencia de hongos, bacterias, polvo y alérgenos.

La variedad de materiales que se pueden emplear en la bioconstrucción es muy amplia. Monzó apunta a que “se puede sustituir el armado de acero corrugado por fibra de vidrio para así poder utilizar hormigones de cal en vez de cemento. También láminas impermeables tipo EPDM, en vez de las láminas bituminosas usuales, con menor consumo energético en su fabricación y más duraderas y reciclables. O sustituir el bloque de hormigón, el ladrillo y cualquier tipo de fachada que se tenga que hacer, por bloques estructurales de cáñamo que son ya por sí mismos aislantes y autoportantes, al igual que las balas de paja, con un uso muy documentado y extendido en países de Europa como Alemania, Austria, Inglaterra y España. También se aprecia una tendencia a recuperar técnicas con ladrillo macizo –para eliminar así el acero de nuestros hogares– y volver a la madera en la medida de lo posible, sobre todo en los forjados de las viviendas”, dice.

“Los materiales utilizados en bioconstrucción son valorados en función de su ciclo de vida, es decir, desde su extracción hasta la transformación, manipulación, uso, reciclaje y reintegración en la naturaleza. El material debe ser lo menos contaminante posible”, dice Echebarría, que apunta a la madera o los aislantes naturales, como la celulosa, la fibra de madera, el corcho o incluso la lana de oveja, como algunos de los más empleados.

La eficiencia energética es otro de los puntos clave de la bioconstrucción. “Sin tener que incrementar necesariamente la inversión inicial en su construcción, una vivienda bioclimática puede ahorrar un porcentaje elevado de energía, tanto para calentamiento como para refrigeración, aprovechando por vías pasivas y con mecanismos puramente arquitectónicos la energía que nos ofrece la naturaleza”, asegura Echebarría.

Limitar las pérdidas energéticas de la construcción mediante una correcta organización de los espacios interiores, así como optimizar las aportaciones solares mediante superficies acristaladas y con la utilización de sistemas pasivos para la captación del calor solar son algunas de las soluciones.

Por otro lado, Iglesias enumera algunos de los puntos recogidos en el mencionado manifiesto sobre bioconstrucción tales como “la regulación natural de la humedad atmosférica interior mediante el uso de materiales higroscópicos, la proporción equilibrada de aislamiento térmico y acumulación de calor, una calefacción radiante o la minimización del consumo de energía aprovechando al máximo fuentes de energía renovables”.

Una adecuada gestión del consumo de agua, y de su recuperación, constituye otro aspecto a tener en cuenta en la construcción de viviendas sostenibles. “El agua de lluvia es mejor que el agua potable para las plantas, para la lavadora y para las tareas de limpieza en general, ya que no contiene cal. Además, si aprovecháramos el agua de lluvia, podríamos ahorrar más de un 50% del importe de la factura del agua”, dice Echevarría.

Esta cifra puede optimizarse aún más mediante el reciclado de aguas grises (provenientes del lavabo, la ducha y la lavadora), o de las aguas negras (las que proceden del inodoro y el fregadero). “El tratamiento de los tres tipos de agua (agua potable, agua reciclable y agua reciclada) es diferente y por tanto requieren circuitos hidráulicos separados, que idealmente deberían instalarse cuando la vivienda está en proceso de construcción”, continúa Echebarría. “Las biodepuradoras individuales de aguas residuales tienen muchas ventajas en relación a la canalización centralizada, ya que se trata de una alternativa ecológica, limpia y rentable a las tradicionales fosas sépticas y sistemas de oxidación total”.

¿Se puede rehabilitar una casa con criterios de bioconstrucción?

En este sentido, Monzó asegura que hay una gran cantidad de soluciones enfocadas a la rehabilitación. “Nuevas empresas y materiales están incluso desbancando a los productos plásticos y bituminosos convencionales; sobre todo en los morteros de reparación, tanto estructural como de humedades. En este sentido, la sustitución de los cementos por morteros de tierra, cales o silicatos, que permiten transpirar a la vivienda, mejoran de una manera tremenda la calidad del ambiente interior y el confort”.

¿Por qué la construcción sostenible es hoy una tendencia al alza?

“La gente está empezando a preocuparse por los materiales que introduce en sus casas. Se va entendiendo que la vivienda debe respirar y estar bien aislada. Justamente ese es el enfoque de esta manera de construir y por eso es posible que esté suscitando tanto interés”, opina Monzó.

“Cada vez es mayor el interés en cuestiones relacionadas con la bioconstrucción, tanto desde el punto de vista de profesionales que están formándose –proyectistas, técnicos, albañiles, electricistas, etc–, como por parte del público en general”, apunta Iglesias.

¿Es más caro disfrutar de una vivienda sostenible o realizada según criterios de bioconstrucción?

“El precio de una vivienda no depende exclusivamente de que para construirla se tengan en cuenta o no los principios de bioconstrucción. Existen materiales convencionales que son mucho más caros que otros utilizados en la construcción de viviendas sostenibles y viceversa”, dice Iglesias.

“Puede ocurrir que la inversión inicial sea mayor por los materiales utilizados o la especialización del trabajo, pero el gasto a largo plazo se reduce drásticamente. Se trata de gastar lo necesario, pero de una vez y con conciencia de las ventajas que se obtienen, sabiendo que se trata de una inversión para ser menos dependientes de gastos fijos en cuestiones como la climatización”, afirma Monzó.

“Con ahorros que pueden llegar hasta el 90 % si se aplican criterios bioclimáticos y propios de una casa pasiva, la cuestión no es si se trata de materiales más caros, sino de lo económicos que resultarán una vez amortizados, en un plazo de entre 5 y 7 años de media”, concluye Echebarría.

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